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Eva Raskolnikov

El Otro y el Otro. Tres décadas en las filas de las FARC


El presidente colombiano firma el Acuerdo de Paz con las FARC ante la presencia de dignatarios internacionales

“Al toparse con el Otro, la gente tuvo, pues,

tres alternativas: hacer la guerra, construir

un muro a su alrededor o entablar un diálogo.”

Ryszard Kapuscinski en El Encuentro con el Otro.

Esta tarde, un equipo de fútbol se compone por un militar argentino, uno inglés y una guerrillera de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC). En el equipo contrario hay un policía colombiano, un militar paraguayo y un militar colombiano. El primer equipo gana esta vez. Al finalizar el partido, se sientan bajo el único árbol que hay, toman unas sillas de plástico y se acomodan alrededor de un banquito improvisado y se sientan a platicar de la vida: “¿y a dónde vas de vacaciones?”, pregunta uno. “¿Sólo una semana y media? ¡Eso no es nada! Yo estoy acostumbrado a que nos den hasta 50 días libres”, dice el policía colombiano. “A nosotros nos acreditaban un día por cada mina que encontrábamos”, mira a la guerrillera y continúa, “cuando encontrábamos una de sus caletas,[1] juntábamos casi los 50 días”, ella se ríe.


Esa es la nueva normalidad en los días post acuerdo de paz. Aquí, en estos campamentos, vivimos personas de todo tipo: militares, policías y civiles que vienen de todo el mundo, policías y militares colombianos, y guerrilleros de las FARC. Aquí se comparte todo, la carpa para vivir, el comedor, los baños, la televisión, la oficina, las historias. Los días a veces empiezan con amargas discusiones sobre quién hizo qué, quién pudo haber violado el acuerdo y, lo que resulta más interesante, qué puede mejorarse para que no vuelva a suceder.


Un proceso de paz exitoso debe significar que se termina la guerra y que no se vuelva a ella. Para que sea exitoso requiere cumplir dos condiciones; la primera, es conseguir que aquellos que se hicieron la guerra por tanto tiempo, logren reflejarse en el Otro, que el Otro lo nombre, que dialoguen y que se conciban mutuamente como personas. Tal vez logrando reflejarse en el Otro abandonen de una buena vez la política de aniquilamiento mutuo.


La convivencia entre policías, militares y guerrilleros dentro del mismo campamento ha brindado los espacios para que se entable el diálogo. Cuando las reglas del juego acordadas por ambas partes prohíben confrontaciones violentas, no les ha quedado más que dialogar. Lo que antes se disparaba, hoy se verbaliza. Aquí el uno se mira en el Otro, discute, opina, construye, pide, habla, escucha. Es común escuchar frases como “tanto la guerrilla como los militares sabemos bien que…”, porque los dos desde sus trincheras usaron tácticas iguales pero aplicadas al otro. Ahora usan este conocimiento para una meta común, porque ahora tienen que trabajar juntos.


Es en el diálogo cuando perciben que el hecho de ser opuestos no significa que no puedan encontrarse puntos en común. Se abren las posibilidades cuando se trata de resolver problemas en conjunto. Sin embargo, hay un problema que difícilmente se puede resolver cuando la responsabilidad cae sobre una de las partes: la aplicación efectiva del Estado de Derecho.


La segunda condición para que el proceso de paz colombiano sea exitoso es que el Estado sea capaz de aplicar el Estado de Derecho. Cumpliendo esta condición se asegura que la guerrilla no se arme de nuevo porque durante y después del proceso de reincorporación a la vida civil de los guerrilleros se tiene que asegurar su integridad física para que no se vean forzados a hacerlo por cuenta propia. En la guerrilla sigue muy presente la experiencia de la Unión Patriótica en las décadas de los ochenta y noventa, y su exterminio físico y político.[2]


Históricamente el sur del país ha sido territorio de las FARC. Esta región se caracteriza por la ausencia del Estado, por tener una población víctima del conflicto armado y por ser el lugar donde se produce la cocaína que se consume en el mundo.




El abandono del Estado provocó que en estos lugares no se conozca más que la guerrilla, los grupos armados y la violencia. Además, por la misma falta de la presencia del Estado, la guerrilla daba orden a la vida social cotidiana de estas comunidades través de manuales de convivencia. La guerrilla brindaba orden y control social con coacción. Ellos dirimían controversias tanto de la esfera privada como de la pública. Resolvían problemas de violencia intrafamiliar, de consumo de drogas y alcohol, hasta divorcios. Ahora, con el inicio del proceso de su reincorporación a la vida civil, la guerrilla ha dejado estos lugares y ha soltado el control para que el aparato estatal pueda hacer valer efectivamente el Estado de Derecho, tome el control y haga presencia. El Estado siempre ha dicho que la razón por la que nunca entraron a estas regiones es porque la guerrilla no se lo permitía. Ahora que se le ha permitido la entrada, el Estado no ha llegado. Hay presencia militar, pero suceden homicidios bajo sus narices. ¿Así, cómo podría confiar un guerrillero en que no va a repetirse la historia y en que su vida no corre peligro cuando el Estado sigue mostrando su imposibilidad para hacer efectivo el Estado de Derecho? ¿Cómo le asegura el Estado que su integridad física está a salvo?


Para quien no ha vivido tres décadas en la guerrilla le cuesta trabajo imaginar lo que es vivir una vida con un arma al hombro. Cuesta imaginar que aquello en lo que el guerrillero confía su vida sobre todas las cosas en una AK-47, con la que viven como si fuera un tercer brazo. Por 33 años, esa AK-47 estuvo a su hombro observando los momentos más privados de Ernesto, Comandante de Frente de las FARC, con ella se iba a dormir y se despertaba. Es en lo primero que piensa ante cualquier sobresalto a la mitad de la noche. Cuando cerraba los ojos, tenía un guardián que lo protegía. Esta arma la limpiaba con esmero y mucho cuidado todos los días. La quiere. Ahora, está guardada en un contenedor.


Cuesta trabajo imaginar vivir así por 33 años y un día pasar a vivir como civil. Despertarse todos los días a las 4 de la mañana porque el cerebro se acostumbró a la supervivencia, a pesar de que ahora está viviendo con tranquilidad. Es una tranquilidad teórica a la que difícilmente se podrá acostumbrar, porque la paranoia permanece. La muerte rodea a los guerrilleros todos los días, hasta en sus canciones. Aunque para Ernesto sobrevivir tres décadas en la guerrilla es todo un logro, aún piensa que la muerte está a la vuelta de la esquina, sólo que esta vez ya no tiene una AK-47 al hombro para espantarla.


Ahora, andar por las calles sin su extremidad letal le da miedo. Ir al casco urbano da miedo. Dormir en un hospital con su mujer porque acaba de nacer su primera hija, da miedo. Ya no tiene ese objeto que le brindaba control sobre su seguridad. Ahora, ser civil, le da miedo. Porque ser civil da miedo. Y da más miedo cuando se vive en un contexto sin Estado de Derecho.


Para las FARC es fundamental que no se repita la historia y que el nuevo movimiento político que surja no tenga el mismo destino que tuvo la Unión Patriótica. Ellos necesitan que se les garanticen condiciones de seguridad para que no tengan que tomar las armas, otra vez, y protegerse a sí mismos.


Para evitar que Colombia regrese a la guerra y tenga un proceso exitoso de paz requiere que se cumplan dos condiciones. Una de ellas ya se está logrando de algún modo. La idea de forzar la convivencia entre las dos partes ha tenido éxito en el sentido de que ha logrado que los dos se sienten en la misma mesa y dialoguen, logrando que el uno se refleje en el Otro y se encuentren mutuamente en el Otro. Sin embargo, el proceso de paz también depende de que la otra condición se cumpla, y es que el Estado sea efectivo en aplicar el Estado de Derecho y provea las condiciones de seguridad mínimas para su población, específicamente de los guerrilleros. Si falla en cumplir esta segunda condición, es posible que los guerrilleros vuelvan a tomar su AK-47, como ya pasó hace poco menos de tres décadas.




[1] Las caletas son lugares donde se esconde dinero, armas, etc. Las FARC solían minar los lugares donde se ocultan estas caletas como medida de protección.


[2] N. del E.: En 1985, algunos grupos guerrilleros colombianos (incluidas las FARC) decidieron la conformación de un brazo político legal luego de un proceso de negociaciones de paz con el gobierno del presidente Belisario Betancur: el partido político Unión Patriótica. Después de que en las elecciones de 1986 obtuvieran varios escaños en el Congreso y algunas alcaldías en regiones en las que las FARC gozaban de respaldo social, sus militantes y dirigentes fueron sujetos de una agresiva campaña de violencia política que resultó, de acuerdo con algunas estimaciones, en el asesinato de más de 3 mil personas, incluyendo dos candidatos presidenciales, ocho congresistas, 70 concejales y once alcaldes. En 2014, la Fiscalía General de la Nación calificó estos asesinatos como crímenes de lesa humanidad.



 





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