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Iluene Anae Hernández Rodríguez

El ateísmo sadeano: una rebeldía contra la normatividad social


Es insistente el Marqués de Sade en describir y hacer una crítica del pensamiento normativo de la sociedad francesa del siglo XVIII y XIX, pensamiento cuya principal característica fue regular la conducta del hombre bajo normas y leyes, que sin duda fueron legitimadas a partir del pensamiento religioso. Es importante rescatar el análisis del ateísmo sadeano no solo para estudiar el pensamiento filosófico del Marqués, sino para comprender los motivos del porqué querer contraponer el pensamiento religioso.


¿Por qué se plantea que en el ateísmo está toda la fundamentación del pensamiento sadeano? Repensemos nuevamente lo que se ha venido diciendo, Sade hace crítica del pensamiento, de las ideas, del dogmatismo y de la normatividad de una sociedad represora de la libertad del hombre, libertad falsa presentada bajo la idea del libre albedrío, donde el hombre puede elegir cómo actuar, cómo conducir su vida, y cómo puede alcanzar la felicidad a través de la elección de sus actos mediante la práctica constante de la virtud que la religión demanda con su lista contable de mandamientos, de buenas obras, de buena fe y de un sinfín de actos que prometen al hombre una felicidad eterna en la trascendencia después de la muerte.


Sade hace una crítica de la idealización del mundo después de la muerte, pues para este filósofo al no existir Dios no hay nada trascendente que prometa la vida en el más allá, incluso se puede afirmar que el Marqués de Sade no solo critica este pensamiento, sino también al pensamiento platónico puesto que para Sade la felicidad se busca y obtiene en esta vida terrenal a través de nuestras ideas y de nuestro cuerpo. Recordando de manera general a Platón y a su mundo de las ideas es mediante esta consideración que el filósofo clásico afirma que el hombre logra conseguir todo el conocimiento y a su vez la felicidad a partir de su muerte pues, mediante el hecho de la muerte del cuerpo se desprende el alma, misma que es dirigida al mundo de las ideas. Sade critica de este planteamiento la idea de la composición del cuerpo-alma, donde el alma es desprendida del cuerpo para dirigirse al mundo de las ideas y ahí obtener el conocimiento que durante la vida terrenal se buscó a partir del ejercicio reflexivo y filosófico. Sade critica la idea de la trascendencia después de la muerte ya sea en un mundo divino o ideal, pues resulta ser una forma del control de las masas al ofrecerles eternidad a cambio de obrar virtuosamente.


Ahora bien, si se pide que pensemos el ateísmo sadeano como la fundamentación del mismo pensamiento, debemos tener claro en qué consiste el soporte de la idea del ateísmo. Frente a este término que, por su origen etimológico <<a>> es traducido como <<sin>>, <<Theos>> como <<Dios>>, <<-ismo>> como <<doctrina>>, nos referimos entonces al ateísmo como una doctrina que no tiene cabida la existencia de un Dios, ni mucho menos en la fundamentación de otras doctrinas que den explicación a partir de la idea de un ser omnipotente y trascendental como causa primera.


El ateísmo de Sade, en primer lugar y esencialmente está ligado a esa revuelta lógica que lo hace al mismo tiempo inseparable del fundamento de su pensamiento y garante del funcionamiento de este.

Y Sade llega entonces al corazón de la tradición materialista, recuperando el rigor lógico de Nicolas Fréret, que entre 1722 y 1739, en la Carta de Trasíbulo a Leucipo, como lo recuerda Antoine Adam, logra establecer que “no podemos siquiera suponer la existencia de una Divinidad o de una causa universal distinta del Universo”. A su vez, Sade remonta la cadena de las causas para destruir, por simple razonamiento, la idea de una causa primera y trascendente. Al tener ese origen lógico, el ateísmo de Sade tiene la base inamovible del ateísmo del Don Juan de Moliére tanto para uno como para el otro, la inexistencia de Dios es tan cierta como dos y dos son cuatro (Le Brun, 2008: 58).


Por consiguiente, Sade promueve un pensamiento que no esté fundamentado en la idea de ninguna divinidad, en ningún Dios, en ningún ser metafísico, trascendental y omnipotente, pero ¿por qué contradice todo el pensamiento religioso fundamentado en la identidad y la voluntad de un solo ser: Dios? En primer punto Sade contradice el pensamiento religioso por las falacias que profesa, el hecho de que este pensamiento niegue la naturaleza sexual del hombre resulta ser para el Divino Marqués una primera contradicción de dicho pensamiento, pues recordemos que para Sade el hombre está hecho de impulsos, de su pulsión sexual, el cual responde a su instinto natural de satisfacer su libido, de complacer sus deseos a través de los excesos. El pensamiento religioso niega esa condición natural del hombre al establecer mandamientos que dicten cómo actuar, o que determine y prohíba actos considerándolos como pecados, para Sade el hecho de prohibir al hombre que actúe bajo sus propias voluntades, o deseos, o que corresponda a su naturaleza sexual es limitarlo a vivir, es prohibirle que conozca el mundo a través de sus sentidos, de sus experiencias, es limitarlo a obtener su propio conocimiento. Sade no solamente atenta contra la imagen de Dios por el hecho que censura la libertad de la naturaleza sexual del hombre, sino también por la cobardía de no enfrentarse a la incertidumbre de la nada y terminar siendo la causa primera del origen y de las explicaciones de todas las preguntas que pueda hacerse el hombre, para Sade Dios no es la respuesta de todo, sino más bien es una respuesta que tranquiliza las mentes para no enfrentarse a la angustia, al sinsentido, al vacío, a la nada, y al caos del universo. El Marqués de Sade desmiente y desfigura a Dios por ser un personaje que obliga a actuar a los hombres bajo su razón y sus ideas autoritarias divinas, desfigura a Dios pues es un personaje que bajo su razón censura la libertad del hombre en la sociedad.


Sacerdote: Hablas de tu alma, hijo mío. ¿Te das cuenta de lo que le sucederá a tu alma cuando hayas muerto?


Moribundo: No temo. Mi alma y yo hemos sido siempre buenos amigos.


Sacerdote. Entonces haz lo que es bueno para tu alma: expía tus pecados.


Moribundo: ¿Pecados? ¿Qué son los pecados? Hay momentos en que me siento inclinado a cometer buenas acciones, en otros, acciones malas. La naturaleza tiene necesidad de ambas. A mí no me corresponde poner en tela de juicio mis pasiones, sino responder lo mejor que pueda a las necesidades variadas y a veces contradictorias de la naturaleza.


Sacerdote: Y por lo tanto, sacas en conclusión que todo lo que existe, por el mero hecho de existir, es necesario.


Moribundo: Exactamente.


Sacerdote: Pero si todo es necesario, debe ser reglamentado.


Moribundo: Tal vez. Digamos que acepto vuestra premisa solo en interés de la discusión.


Sacerdote: Bueno, y si debe ser reglamentado, ¿quién puede hacerlo?, sino es la omnisciente y omnipotente mano de Dios?


Moribundo: No estoy de acuerdo. ¿Diríais que la pólvora, debe estallar en cuanto le aproximáis una llama?


Sacerdote: Así es.


Moribundo: Y esa llama ¿es omnipotente y omnisciente?


Sacerdote: ¡Claro está que no!


Moribundo: Entonces, ¿no es tal vez posible que los acontecimientos se hayan producido por sí mismos ~sin ayuda alguna de vuestro “dios” ~, y que por lo tanto detrás de las cosas exista una “primera causa” que actúa sin razón alguna?


Sacerdote: ¿Qué estás tratando de demostrar?


Moribundo: Sencillamente que si los efectos naturales tienen causas naturales, no hay ninguna necesidad de ese “dios” que habéis inventado para explicarlos. Como os lo he demostrado, no puede ser descrito por medio de los sentidos. De ahí que resulte totalmente inútil para la naturaleza, y debo concluir que, al ser superfluo, no es sino producto de vuestra imaginación (Sade, 1985: 292-293).




En el Diálogo Entre un Sacerdote y un Moribundo, Sade deja en claro que el hombre, por su condición natural actúa según su razón, por tanto, es según la consideración de cada hombre si actúa bajo lo bueno y lo malo, el hombre al poseer la libertad de elegir cómo actuar descarta toda idea que determine y juzgue sus actos como malos, como pecados, por ello Sade hace énfasis en refutar toda creencia sobre la imagen de Dios, pues resulta ser una figura producto de lo imaginario, sin sustento certero, ni real, resulta ser un imaginario que dogmatiza mentes, que regula a la sociedad con sus normas que niegan e impiden el conocimiento y la verdad del hombre. Para Sade la inexistencia de Dios significa la libertad de poder elegir y poder pensar bajo nuestras propias ideas y consideraciones; la ausencia de Dios brinda la libertad de crear nuestras propias reglas, sin embargo, hay que tener presente la preocupación que se puede generar al existir una libertad convertida en libertinaje, pues al no existir leyes o normas dirigidas por una autoridad divina o legítima todo está permitido, incluso si se piensa bajo estos términos serían leyes relativas en donde su juicio entre si son buenas o malas resulte ambivalente. Sade no propone anular las leyes que regulen el bienestar de la sociedad, Sade critica y entiende la necesidad de que existan reglas, sin embargo, no tendrían que ser reglas de Dios, sino más bien tendrían que ser reglas provenientes de hombres de carne y hueso, reglas que no censuren su libertad, pero que tampoco excedan de ella. Desde este punto de vista para Sade sería necesario la existencia de normas que atiendan realmente a las necesidades por generar una estabilidad social que permitan a su vez hacer una crítica ética de las normas mismas.


En segundo término, Sade insiste en desacreditar los actos supuestos realizados por Dios, pues esta figura ha sido la respuesta universal para toda clase de preguntas que los hombres de fe han brindado. Si Dios no existe porque es un producto de la imaginación del hombre, entonces todo lo que se le atribuye a él tampoco existe, no son válidas las normas que se dictan en su nombre, no existe la trascendencia, ni mucho menos la felicidad divina, tampoco existe una vida más allá de la muerte. Al enfrentarnos al ateísmo sadeano nos enfrentamos nuevamente a un sin fin de preguntas sin respuestas, no hay una primera causa omnipotente que haya creado el universo, o que rija lo que hay en él. Sade se enfrenta de manera valiente a un vacío, ante la nada, mismos de los que el pensamiento religioso ha huido. A través de este ateísmo Sade ofrece hacer no solo un nuevo discurso, sino una nueva y única regla: hacer lo que nos dicte el cuerpo, nuestras ideas, nuestra razón, nuestro impulso. Annie Le Brun (2008: 60) se refirió a Sade como:


Sí como un animal salvaje, porque es el salvajismo lógico de Sade lo que le brinda la audacia de lanzarse al vacío en el que se supone que trabaja el pensamiento ateo. Lo que este, en regla general, se cuidará bien de no hacer, apresurándose a colocar desde sus orígenes los parapetos de la idea de Naturaleza que delimitan y limitan hasta la actualidad su campo de acción. Con ese primer engaño, el pensamiento ateo procura entonces contener las inevitables preguntas que suscita sobre el orden y el funcionamiento del mundo. Engaño comprensible ante la inmensidad de la tarea, engaño estratégico, teniendo en cuenta a la atracción muy fuerte que el deísmo sigue ejerciendo en las buenas mentes del momento, incluidos los enciclopedistas. Engaño también ideológico, para no enfrentar la nada. En este punto, Sade es muy claro desde 1782, dado que le hace declarar a su filósofo moribundo: “Además, la nada no es espantosa ni absoluta”.


Sade, al contraponer toda la fundamentación del pensamiento religioso con la desacreditación de la imagen de Dios, se enfrenta a un sin límite, al desvanecimiento de la existencia de las normas, de lo bueno o de lo malo. Sade experimenta la ausencia de límites, se transforma y se hace siempre según su razón, sus ideas y su cuerpo. Para Sade el hombre no está determinado más que por sí mismo, lo que ordene determinarse, hacerse, ser. El hombre ateo y sadeano resulta ser libre al decidir hacerse bajo su razón y sus impulsos, resulta ser una máquina de su pulsión sexual y de su libido que se desborda bajo la ferocidad del deseo y del placer.


<<El bien es lo útil, el mal es lo pernicioso para los seres de la especie humana>>, es evidente que las antinomias de la física materialista y de la moral utilitaria no dejarán de surgir con la cuestión del bien y del mal. Ahora que ya no hay Dios, ¿cómo distinguir entre uno y otro? ¿Quién decidirá lo que es pernicioso y lo que no lo es? ¿El individuo o la sociedad? ¿En nombre de qué finalmente, discernir entre las pasiones cuando ni siquiera se sabe cómo están compuestas? …

Para resistirse a ese forzamiento ideológico, no hay más que un medio: recuperar el impulso ateo allí donde ha sido quebrantado, precisamente en la cuestión de las pasiones. Antes que nada, es importante considerar por primera vez las pasiones más allá del bien y del mal. En Las cientoveinte jornadas de Sodoma, Sade no se propone otra cosa. Entonces, fijémonos bien: al elevarse allí donde el ateísmo histórico se diluye, procurando fundar su solidez sobre la debilidad de sus contemporáneos, el castillo Silling, concebido para representar las pasiones en su diversidad y su singularidad, es el primer, sino el único monumento absolutamente ateo (Le Brun, 2008: 78)


El ateísmo sadeano apuesta por la razón de cada hombre, por una ética y moral individualista, a medida que cada hombre es capaz de actuar según sus deseos. La propuesta del ateísmo sadeano en el S. XVIII invita a la sociedad a rebelarse contra el pensamiento que los reprime, que no los deja indagar nuevas respuestas a viejas preguntas, que les impide dudar, que engaña a través de ideas falsas de lo que es el conocimiento, la verdad. El ateísmo sadeano se piensa a través de la razón de cada hombre, se piensa sin la razón de una autoridad divina, trascendente, omnipotente. El ateísmo combate las falacias del pensamiento religioso, contrapone la existencia de Dios, de sus leyes y de toda idea proveniente de este ser inexistente, el ateísmo sadeano permite al hombre hacerse bajo sus voluntades, sin negar su condición sexual, o cualquier otra condición que esté rechazada por el pensamiento dogmático religioso.


 

Le Brun, A. (2008). Sade De pronto un bloque de abismo. Buenos Aires: El cuenco de plata.

Sade, M. (1985). Obras completas. Dos tomos. México: Lagusa.

 

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