Historias de un orfanato en África
El día comienza desde las seis de la mañana en la casa católica de niños huérfanos en la pequeña población de Bahir-Dir en la región templada de Etiopía. No porque haya horarios rígidos o una rutina inamovible de actividades se inicia al alba, más bien es por la energía infantil que se contagia cuando el primero de los niños despierta y, con sus movimientos, a sus compañeros de cuarto, quienes en muy pocos minutos ya se encuentran jugando y preparándose para tomar su desayuno e irse a la escuela en temporada de clases, o para jugar en el patio durante las vacaciones.
El problema de los huérfanos en esta región desgraciadamente no representa una novedad dentro de las poblaciones de este país africano, quienes en el pasado reciente tuvieron distintos conflictos políticos y étnicos que provocaron un gran número de muertes entre civiles. Esto resultó en una gran cantidad de niños que crecen al desamparo del abandono en las calles y son pocos los lugares donde pueden ser recibidos para llevar una vida digna y tranquila. Las religiosas misioneras que atienden el hogar para niños huérfanos de Bahir-Dir relatan las dificultades de dirigir un centro de ayuda para estos niños y comentan que muchos de estos centros están colapsando por la enorme cantidad de demanda y la poca atención que el gobierno otorga a esta problemática. De hecho, una considerable cantidad de infantes que habita en este centro anteriormente estuvo en otros orfanatos gubernamentales que cerraron sus puertas por no poder con los gastos y exigencias médicas de los niños.
Adentrarse en los motivos para que un niño se encuentre huérfano en Etiopía es inmiscuirse en un terreno abrupto de historias de vida que reflejan los problemas sociales de un país que desgraciadamente se desbordan en los pequeños niños, quienes terminan siendo las principales víctimas. En primer lugar, es la pobreza extrema de ciertos sectores de la población lo que causa que algunos padres de familia, sobre todo jóvenes, dejen abandonados a los niños a la intemperie. Con horror escuchamos la historia, por ejemplo, del pequeño Tameru, un niño de nueve años a quien su madre dejó abandonado junto a su hermano recién nacido en la pequeña choza donde vivían. Él mismo comenta que durante las noches tenía miedo de que las hienas se los comieran mientras merodeaban su casa por las noches y él se aferraba a su hermano pequeño tratando de protegerlo del posible ataque. Por fortuna algunos vecinos lograron rescatarlos en condiciones de fatiga y desnutrición, que habían padecido por más de tres días esperando a su madre en la pequeña choza de palma. Algunos otros niños han sido abandonados incluso en bolsas de basura y rescatados por alguien que tuvo la suerte de encontrarlos o incluso familiares los han llevado directamente diciendo que no pueden mantenerlos.
Otro caso tristemente peculiar, que va muy de la mano con los bajos índices de educación que tiene este país en sus zonas rurales, es el del pequeño Johannes, un niño sonriente y bastante activo que gusta de bailar a toda hora. A Johannes lo dejaron en el orfanato personas que dijeron no conocerlo y no tener ninguna relación de parentesco con él, aunque las autoridades de los orfanatos no preguntan las razones del abandono, en este caso era bastante obvio y no hubo mucho qué averiguar, el pequeño bebé tenía labio leporino y paladar hendido, lo cual en algunas creencias de las tribus etíopes significa una maldición a la familia o a los padres, de modo que en muchos casos prefieren abandonarlos. En algunos testimonios de personas locales, nos comentan que no todos los niños con malformaciones corren con la misma suerte y pueden incluso llegar a ser asesinados.
En este sentido, las razones culturales y de salud de la población infantil son una causa dominante entre los motivos del abandono, pero existe otra razón que resulta más compleja y dura de combatir: el sida. Según fuentes oficiales, es posible que el 1% de la población etíope padezca de dicha enfermedad, muchos de ellos sin saberlo y por lo tanto siendo un foco de contagio latente entre la población que los rodea. Un dato alarmante en este orfanato es que siete de los 35 niños que habitan en este centro están contagiados de sida, la mayoría de ellos por vía de sus padres al nacer y otros en circunstancias desconocidas, pero sin duda terribles.
Aunque el gobierno esté realizando una férrea campaña para combatir el sida, e incluso gratuitamente otorga los medicamentos necesarios para poder sobrevivir a la enfermedad, los decesos ocurren dentro de las instalaciones de los centros para niños huérfanos y se tiene claro que es una gran lucha por delante la que se debe de realizar para tratar de combatir esta enfermedad que consume la vida de adultos y niños sin distinción. Todos los días, los pequeños que padecen esta enfermedad deben tomar religiosamente sus medicamentos y estar constantemente bajo revisión y supervisión médica, pues pese a su tratamiento, cada organismo reacciona de distintas maneras y no dejan de ser vulnerables a cualquier virus o bacteria que ataque su organismo.
La vida de estos niños es en apariencia tranquila, juegan y estudian en escuelas públicas de la región y dentro del orfanato llevan a cabo actividades de recreación como lo es el tejido con telar de cintura, lugar donde el pequeño Daniel, un chico de 10 años que padece sida pasa las tardes tejiendo bufandas y lienzos que posteriormente son puestos a la venta por un precio bastante accesible con el que buscan sufragar algunos gastos para materiales y emergencias. Pese a las historias personales, ninguno de estos niños ha perdido la alegría por la vida y son muestra de un espíritu humano inquebrantable, que les permite sonreír incluso en las peores de las circunstancias.