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Daniela Santana González

La realidad de un pandillero como ser social: una historia de vida

La cultura callejera que rodea la figura de un pandillero establece un sinfín de estigmas que se miran reflejados en distintos espacios, con una amplia gama de relaciones sociales. A menudo observamos practicas distintas que no corresponden a nuestro entorno social y les adjudicamos un significado, pero regularmente no nos preguntamos el origen de dichas prácticas o acciones.


Pero es detrás de la cultura callejera que se puede analizar la segregación, el rechazo, la opresión, el clasismo e inclusive el racismo. Todos estos procesos de relaciones sociales definidas que sugieren una condición inferior pero también un conjunto de prácticas legitimas que nos ayudan a comprender el entorno social en el que estamos y también la génesis de muchas de las acciones que reflejamos como individuos, pero que pertenecen a un esquema simbólico social compartido.


Y es en el reflejo de estas acciones referidas o en este caso, aprendidas, que podemos comprender los espacios sociales. Las relaciones sociales que mantiene un pandillero reflejan los esquemas simbólicos que produce la estructura social. Es entonces, que resulta pertinente el estudio del rol que cumple un pandillero dentro de la estructura social a través de su historia de vida.


Y cómo es que estos acontecimientos particulares nos ayudan a comprender la importancia de los individuos y como las condiciones sociales de su entorno moldean la manera de pensar, actuar y reflejar las diferentes convergencias entre sectores culturalmente diferentes. La identificación y análisis de los diferentes momentos de la vida de un pandillero también comprenden procesos paulatinos de vivencias de acuerdo con su tiempo y espacio. Contextualizar estos hechos y analizarlos teóricamente también refleja una relación dinámica y dialéctica entre lo que es tangible o visible y lo que se encuentra teóricamente en un nivel de abstracción.


Marco metodológico


El presente trabajo se elaboró a partir de un enfoque cualitativo el cual permite un abordaje teórico y metodológico más profundo, las técnicas a utilizar es la historia de vida o curso de vida, en el que Mercedes Blanco menciona que el curso de vida busca principalmente analizar los cambios económicos, eventos históricos, demográficos, sociales y culturales que llegan a moldear y modificar la vida individual. Por lo anterior, el presente trabajo hace una reconstrucción a través de una cadena de relatos de la historia de vida de un pandillero perteneciente a la ciudad de Pachuca de Soto, Hidalgo México de la colonia Felipe Ángeles en el periodo enero-abril del año 2020.

  1. Trayectoria de vida- inicial

Las relaciones sociales de los individuos moldean la identidad de cada persona, en el caso de la historia de vida de un pandillero de origen hidalguense, que se hace llamar A. de actualmente 23 años que narra la forma en la que el crece rodeado de elementos propiamente influenciados por sus padres.


Por un lado, su padre originario del estado de Monterrey emigra al estado de Hidalgo, siendo de clase baja y con la escasez de recursos y se ve en la necesidad de trabajar a temprana edad en la central de abastos de la ciudad de Pachuca de Soto, donde posteriormente conoce a la madre de A. también clase baja originaria del estado de Hidalgo.


Rodeado de un mundo de adicciones y disfuncionalidad, después de varios periodos de separación, a la edad de 9 años su madre decide oficialmente terminar con la relación que sostiene con el padre de A. y se muda por primera vez de la colonia Cubitos a la colonia Felipe Ángeles con su abuela materna (cabe señalar que su padre los abandona y emigra a Estados Unidos).


2. Primer acercamiento con la cultura callejera (transición)


Debido a la separación de sus padres y el cambio de domicilio, su madre comienza a trabajar aún más y él se queda a cargo de su abuela materna, pero A. comenta que la atención que su abuela ponía en él era bastante escasa y comienza a entablar una relación bastante cercana con los vecinos de su cuadra.


Existe un segundo momento de transición, que es cuando a la edad de 12 años él se muda con la familia de su padre, a la colonia Cubitos nuevamente. A. narra que estos cambios de casa en repetidas ocasiones crearon en él una sensación de libertad, donde no tenía ninguna figura de autoridad que estuviera al pendiente de sus acciones.


A. comenta que recurrentemente va a la colonia Felipe Ángeles a visitar a sus viejos amigos de la cuadra y es ahí cuando conoce a el punto importante de esta transición: S. con dos años mayor que él.


No pues ahí fue cuando empecé a conocer más lugares porque ese wey me llevaba a donde vivía su mamá allá por Tizayuca, la verdad es que él era muy barrio y en ese entonces pues yo lo admiraba mucho porque siempre se ponía al pedo si algo no le parecía y me decía que no me dejara, que también echara chingadazos (A., 30 de enero 2020).


El narra esta transición de su vida como la primera significativa dentro de la cultura callejera, y comenta que es ahí cuando el empieza a tener cierta atracción por el grafiti.[1]


3. Situaciones que constituyen la figura de un pandillero


Cultura callejera


La cultura de la calle construye un espacio alternativo donde la dignidad individual puede manifestarse de manera aislada y que se compone de diferentes elementos simbólicos, valores e ideologías que toman forma como una respuesta a la exclusión de la sociedad convencional (Bourgois, 1995: 34) La autodestrucción es un componente perteneciente a la cultura callejera que implica diferentes sentimientos en la vida del individuo y por el cual tiene un proceso referenciado previamente.


Después de que A. comienza a salir más lejos de casa y tiene contacto con “grafiteros” de otros municipios comienza a construirse esta unidad individual, pero al mismo tiempo perteneciente al sistema de símbolos de la cultura callejera.


Yo estaba en la secundaria, y ahí ya me rifaba dos que tres misiones con mi crew, pero muy rara la vez hasta que en la secundaria conocí a dos morrillas la Ivon y Teresa…ellas me decían que querían hacer estampas pa’ pegarlas en la calle con su placaso (A., 30 de enero 2020).


Este conjunto de prácticas que A. adoptó y comenzó a reproducir en su vida diaria corresponden a acciones que se han creado paulatinamente a través del tiempo, de situaciones vivenciales que aprende y desarrolla dentro y fuera del grupo.


Aja, ese wey es de mi crew, yo lo conozco porque es de mi crew, se llama URK y hay otro que es los cuatrocientos mililitros (400 ml) y con otros weyes que son los 2K que son los que rifan aquí y que si pintan chido…pero pus’ te digo, uno no sabe lo que va pasar cuando sale de su casa, que tal si yo me encuentro con esos weyes y me dicen: *ah sí, que somos qué* son mis perros (risas) (A., 30 de enero 2020).


Este conjunto de relaciones significativas[2] que A. sostiene con los diferentes miembros de las diferentes pandillas que comparten una red compleja y conflictiva de creencias, símbolos, formas de interacción valores e ideologías que se ha formado como un modo, un estilo compartido y que se imita en los diferentes rituales simbólicos de la pandilla como: las pintas, la música, la forma de vestir y de hablar.

Imagen 1. Crew WTB de la colonia Felipe Ángeles, Pachuca de Soto, México. Fotografía de Noé Guevara (2020).


De acuerdo con Durkheim (1912: 373) podemos demostrar que esta serie de componentes pertenecen a los ritos miméticos de la pandilla, y se definen como:


“Los orígenes del precepto sobre el cual se basan los ritos miméticos, son, pues, susceptibles de aclarar los del principio de causalidad…Pues bien, se acaba de demostrar que el primero es un producto de causas sociales: los grupos lo han elaborado en vista de fines colectivos y él traduce sentimientos colectivos…”


En cuanto a la economía subterránea, último aspecto que forma parte de la constitución de la imagen de A. como pandillero podemos ver que refleja una dinámica profunda de relaciones entrelazadas entre los diferentes grupos a los que A. pertenece en el aspecto delincuencial que permite a los integrantes subsistir y generar más ingresos de manera alternativa pero también perteneciente al enramado de prácticas referenciadas por el grupo. Por ende, los rituales miméticos, constituyen la transformación de A. que engloba la relación causal productora, o sea, la cultura callejera.


Autodestrucción


En esta parte de la vida de A. a los 14 años, se comienzan a suscitar diferentes momentos en los que él reconoce sentirse rebelde hacia su abuela porque su madre nunca estaba y es así que comienza a adoptar modos de vestir, la música que comienza a escuchar y demás prácticas. Cuando el comienza salir con sus dos compañeras de la escuela se compromete a él hacer las estampas y que ellas le compren el material porque a él no le daban dinero.


“No pues ya ahí valió porque ellas me dieron todo el material para hacer las estampas y pues se ocupaba como una planchita, así como la de las tortillas y una espátula que era con la que se quitaba lo que tú le echas encima o sea la pintura y el tiner, ¿no? Y la neta como yo ya había escuchado ahí con la banda que uno se podía poner bien loco con el tiner pues que me lo echo, ahí comencé a monearme. Al principio sí hacia las estampas y así, pero ya después namas (sic) me la pasaba pegado al trapo”.


La búsqueda de los medios necesarios para hacer uso y abuso de drogas configura la base material de la cultura callejera contemporánea. Por lo tanto, la cultura callejera a la que A. pertenece se sitúa como esa resistencia y aceptación de inferioridad y organiza la destrucción de sus participantes y del grupo que lo acoge.[3]


A., siendo un pandillero y adicto representa la forma de interactuar entre este entorno social y además de que refleja la pobreza, marginalidad y segregación, así podemos comprender los procesos que experimenta este sector vulnerable del estado de Hidalgo.


4. Realidad de A. por aprendizaje- Ser social


La pandilla a la que A. pertenece es el principal grupo que lo rodea, convive con los otros miembros diariamente y comparte experiencias comunes con ellos. Estas determinadas experiencias contienen pautas de conducta que conforman la personalidad de cada uno de los integrantes (Payá 2013: 32).

Imagen 2. Integrantes del crew WTB de la colonia Felipe Ángeles, Pachuca de Soto, México. Fotografía de Noé Guevara (2020).


Haz de cuenta que cuando yo empecé a jalar con este compita, el me llevaba te digo allá con su jefa y el pertenecía a un crew [4] que les decían los CM(se eme) y ellos eran los que rifaban en ese tiempo, pero el chiste es que el me llevaba cuando armaban sus pintas en los túneles, y él me empezó a enseñar que era una fat o una cap[5] porque pus’ yo ni idea (A., 03 abril 2020).


La transmisión de ideas y conocimientos que el amigo de A. compartía con él en referencia al hecho concreto del grafiti constituye una de las conductas culturales que simbolizan la unión entre diferentes pandillas. Este contexto social al que A. se adhiere después de una serie de hechos y situaciones que pertenecen a la cultura callejera reflejan la penetración de la pandilla en cada sujeto.

Imagen 3. Integrantes del crew WTB en la colonia Cubitos, Pachuca de Soto, México. Foto de Noé Guevara (2020).


A pesar de todo, pues le agradezco un chingo a S. porque pus’ la neta ese carnal me compartió todo lo que sabía y que yo sé hoy ¿si me entiendes? Yo no tenía mucho que contar hasta que él me empezó a sacar a cotorrear y así, él se convirtió en mi familia (A., 03 de abril 2020).


La realidad de A. como pandillero se crea a partir de la relación que sostiene con S., una persona bastante importante para su vida, ya que el comenta que todo lo que sabe es gracias a él. Posteriormente el crew se convierte en un espacio de semejanza donde ahora el comparte sus conocimientos con los otros pertenecientes, se transmiten técnicas, cultura, enseñanzas y prácticas que se adquieren a través de la experiencia, permiten la integración social del sujeto.


Conclusión


La figura que constituye un pandillero se conforma de distintos elementos como el consumo de drogas que autodestruye al sujeto, los negocios ilegales que generan reconocimiento dentro de la pandilla o los símbolos de grafiti que representan la identidad colectiva de los sujetos. Pero todos estos elementos pertenecientes a la figura de un pandillero son solamente el reflejo de las acciones colectivas de los integrantes.


Por ende, un pandillero es una figura social que se construye a partir de la relación con otros significativos, en este caso, (S.) que fue el primer acercamiento que A. tuvo con la cultura callejera, del cual aprendió y conoció diferentes elementos que lo integraron al contexto social de la pandilla, al estar separado de su familia y sin ninguna figura de carácter significativo que estuviera cerca de su contexto social.


En conclusión, el que A. se convirtiera en pandillero no fue una decisión individual, o de cualidad intrínseca, sino que es una actividad que pasó por un proceso de socialización, él aprendió por las experiencias con otros significativos y las validó por la relación con los otros. Es decir, como lo hace cualquier ser social.


[1] Modo de pintura o arte visual callejero, por lo general ilegal o paralegal, que es generalmente realizada en superficies amplias de espacios urbanos: paredes, portones, muros, etc. Suele oscilar entre ilustraciones más o menos abstractas, hasta mensajes escritos y otras formas de intervención mediante la pintura, generalmente en esténcil o aerosol.


[2] “Los lazos entre familias fueron estrechadas por el establecimiento de relaciones ….ligados en una red intrincada de obligaciones reciprocas” (Whyte 1971: 8).


[3] “En otras palabras, pese a que la cultura callejera surge de una búsqueda de dignidad y del rechazo del racismo y la opresión, a la larga se convierte en un factor activo de degradación y ruina, tanto personal como de la comunidad” (Bourgois 1995: 36).


[4] Pandilla a la cual se pertenece.


[5] Válvulas que se le ponen al aerosol que crean un efecto distinto (grueso o delgado).


 

Fuentes consultadas


Benzecrey. C (2012). El fanático de la opera: Etnografía de una obsesión. México: Siglo XXI editores.

Blanco, Mercedes (2011). El enfoque del curso de vida: orígenes y desarrollo. Revista Latinoamericana de Población, 5(8),5-31.

Bourgois. P (1995) “En busca de respeto: vendiendo crack en Harlem” Siglo XXI pp 24-50.

Durkheim, Emile (1912). Las formas elementales de la vida religiosa. México: Colofón.

Payá. V (2013). Mujeres en prisión: un estudio socioantropológico de historias de vida y tatuajes. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Whyte. William (1955). La sociedad de la esquina: La estructura social de un barrio bajo italiano. Madrid:Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).

 
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