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Isaac Gasca Mata

¡OK, Boomer!

La época exige declaraciones y repeticiones sencillas de sencillas verdades.

Los profetas de la perdición están implicados

y aquellos que puedan traer la luz han de ser claros.

Nuestro problema es un problema de mengua y regeneración en el orden moral.

La fe debe surgir de un puñado de polvo.

Lin Yu-Tang




El presente ensayo no pretende hacer una diatriba contra las telecomunicaciones pues sería absurdo minimizar, y aún reprobar, lo que para la mayoría de seres humanos se convirtió en el vínculo social por excelencia: las redes sociales. No obstante, el fenómeno de la intrascendencia inherente a ellas influyó considerablemente a la cultura actual. Tal superficialidad se debe precisamente a la superposición de mensajes, la saturación de significados y el intercambio masivo de información, casi nunca esencial. Una idea dura acaso los segundos que transcurren entre un meme y otro. Esta fugacidad semántica (cuarenta caracteres en Twitter), este resumen de la inteligencia humana a un breve testimonio y una foto insustancial (Instagram) provocó lo que Gilles Lipovetsky denominó: el vacío.


La época postmoderna no está desprovista de sentido, aunque los memes sugieran lo contrario. Se trata de un nuevo orden para las sociedades humanas, un orden de transformación digital en el que el tiempo transcurre tan rápido que no hay nada certero y comprobable; todo es desechable y se olvida conforme bajamos la barra de noticias de Facebook. Un bombardeo en Siria seguido de una imagen de Bob Esponja cholo -¿Cómo chilla la perra?-, luego noticias de la vacunación masiva contra la COVID-19 antes de otro meme, esta vez del perrito Chems, todo reunido en una turbamulta transitoria de la que poco se recuerda. “Obsoleto” es la palabra clave.

¿Se han percatado que la vida útil de los memes es de un par de meses en los cuales se ponen de moda, se explotan al máximo y luego son reemplazados por otros igualmente sustituibles? Es la cultura del desecho, la normalidad líquida.

En 1976 el estudioso Richard Dawkins nombró memes a las unidades de transmisión cultural. Es decir, la información aceptada por una sociedad que se implanta en su imaginario y se propaga de manera viral influyendo a todo el sistema. Es curioso que se utilice una palabra originaria del campo de la genética para definir divertidas imágenes que no son tan inocentes como se cree. Los memes moldean el pensamiento de los individuos que están continuamente expuestos a ellos. Así como en el pasado la religión guiaba la conducta de los feligreses, ahora imágenes como las de Patricio Estrella moldean las creencias y actitudes de quienes diariamente pasan seis o más horas compartiendo y dando like a estas imágenes. Los memes podrían pasar como ingenuos hasta que alguien se pregunta: ¿Quién los diseña? ¿Con qué propósito? Los memes más exitosos no son hechos, mucho menos viralizados, por personas solitarias desde su sala. Estos memes domésticos podrían llegar a conocidos, familiares y a un circulo relativamente estrecho de influencia: un grupo de amigos, una universidad, un pueblo. Por el contrario, los memes virales son realizados por empresas encargadas de hacerlos. Estas entidades persiguen objetivos. Y si los memes sirven para imponer ideas en una población, necesariamente tienen una tendencia ideológica que apoyan, fomentan y masifican mediante la replicación. Tal parece que en la actualidad los memes se utilizan para adoctrinamiento masivo y normalizan la estupidez. Sin mencionar que son una herramienta para convencer a la población de ciertas ideas contrarias a la cohesión social: la victimización, el odio y el miedo entre géneros[1], a países, a minorías.

El antiguo zoon politikón ahora es un consumidor de imágenes que comparte en redes virtuales con otros seres idénticos en actividades. El individuo no tiene a qué aferrarse, ni siquiera tiene certeza de lo que comparte en su canal comunicativo o para qué. No es dueño ni del mensaje que difunde pues solo copia y pega lo que concibieron otros. Casi nadie se percata del fenómeno de adoctrinamiento que resume el criterio a siete caritas para reaccionar a publicaciones casi siempre insulsas. Para los Homo memes contemporáneos un emoji es suficiente para representar su estado de ánimo, su postura ideológica y hasta sus esperanzas y anhelos ante la injusticia o los avances de la ciencia. No cabe duda de que el nuevo orden requiere una nueva forma de pensar, más limitada y gregaria. Tal es el tema de la película The Circle, protagonizada por Emma Watson, recomendable pues trae a colación la polémica respecto al uso e influencia de las redes sociales en nuestra vida, aunque esto signifique renunciar a la privacidad y el pensamiento crítico. No olvides dar like al argumento o me emperra si lo detestas.


Todo se transforma y al parecer, se trastorna. Antaño los boomers se divertían durante horas jugando videojuegos, ahora los gamers se divierten mirando por streaming cómo juegan otros; antaño las personas conocían a otras para disfrutar de su sexualidad, ahora se conforman con observar pornografía en vivo en canales de streaming por lo que pagan mediante depósitos bancarios para que las y los masturbadores muestren saludos a la cámara y digan el nombre del observador virtual; la gente visitaba museos y lugares públicos para esparcimiento, ahora se conforman con recorridos virtuales o con las fotografías que suben los influencers que viajan alrededor del planeta. El mundo está cambiando y esta transformación no es ni buena ni mala, aunque en ocasiones parece insensata. La comunidad contemporánea tiene actitudes y valores distintos a la modernidad. Debido a estas contradicciones actualmente convivimos en un escenario que a muchos parece protoapocalíptico (basta ver el enorme éxito de la industria del fin del mundo: zombies, guerras, pandemias). En efecto, se trata del fin del mundo. De eso no hay duda. El fin del mundo moderno, de las concepciones modernas de la vida, de la comunicación, de la ciencia, de las artes. Lo moderno está muriendo. Necesariamente tenía que ocurrir para que surgieran nuevas concepciones sociales, un nuevo orden y otra sensibilidad. Es el triunfo postmoderno y este caos de lo efímero es su hábitat. Estamos en la misma disyuntiva, el mismo final, que los medievales experimentaron ante el renacimiento o que los mexicas con la venida de la cultura hispánica. La divergencia en esencia es igual, aunque los métodos cambiaron. Es el acta de defunción de una idea instaurada y defendida por siglos. Me refiero a la idea de Modernidad. Y todo ello se observa cuando reproducimos el video de un chico lamiendo el excusado de un avión para cumplir el reto de Tik Tok.


Hay tantos factores implicados en la renovación de la sociedad contemporánea que no es difícil para los dueños del aparato ideológico modificar la sensibilidad, e incluso la moral, del ser humano con respecto a su entorno inmediato. Si antes de la revolución de las telecomunicaciones un individuo podía sentirse satisfecho al escuchar, e incluso luchar por conceptos tales como Progreso, Libertad o Nación. Eso ya acabó. Actualmente el individuo postmoderno suele percibir cierta ironía en estas, antaño heroicas, palabras. Las escucha risueño y se pregunta quién fue el boomer que las pronunció, pero casi siempre lo ignora. Esta actitud se debe quizá a cierta incomprensión del mundo y sus cambios. Para nadie es un secreto que hoy conviven la generación mejor preparada de seres humanos con la generación más alienada de las últimas décadas. Hay datos que indican que el coeficiente intelectual del grueso poblacional bajó en unos cuantos años y eso se refleja tanto en la interacción con otros Homo memes como en la cantidad de información que los postmos están dispuestos a analizar[2]. No es de extrañar que esta sea la generación más voluble y manipulable de las últimas décadas y que el adoctrinamiento que persiguen los dueños del aparato ideológico, la tan cacareada cultura de la clausura sea fácilmente introducida en el imaginario popular.


Las redes sociales han sido definitorias para la concepción ideológica de esta etapa de la humanidad. Los mensajes navegan por la internet de manera efímera, las plataformas de entretenimiento digital (en cualquiera de sus catálogos) instauran un pensamiento y una moral que paulatinamente gana terreno con el supuesto discurso de la inclusión que, paradójicamente, termina excluyendo. ¿Qué tan grave será la censura en los próximos años? Solo a los boomers les preocupa este dato pues los nativos digitales estarán muy distraídos comprando bienes o servicios a monopolios globales de internet, alienándose cada día más con el sistema virtual e incluso cambiende le semantique e le sintaxxs de se lenguajx o usando emojis para comunicar posturas básicas de su estado de ánimo o, lo que es peor, enviando mensajes prestablecidos para comentar publicaciones del muro de Facebook. En la última actualización de esta red social el usuario ya no tendrá que esforzarse por pensar o redactar un mensaje pues ya estará precargado, como en las distopias orwellianas.


¿No comprendes que el objetivo central de la neolengua es acotar las potencialidades del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, terminaremos todo crimen del pensamiento por eso mismo. (…) Así cada año el arsenal de palabras irá disminuyendo y la capacidad de conciencia será cada vez más pobre. (…) ¿No se te ha ocurrido pensar, Winston, que a lo sumo hacia el año 2050, no habrá un solo ser humano que pueda entender el sentido de una conversación como la que estamos sosteniendo? (…) No ha de haber pensamiento tal como ahora lo entendemos. La ortodoxia es no pensar, no tener necesidad de pensamiento. Nuestra ortodoxia apunta a alcanzar la perfecta inconsciencia, el olvido de todo lo inútil y accesorio (Orwell, 2018, 52).


Por un lado, los Homo memes pasivos. Por otra parte, los Homo sapiens cautivos en una realidad que los confronta cada tres segundos. Actualmente los avances científicos o las teorías filosóficas se desmienten o deconstruyen cada cierto tiempo. A tal grado que es casi imposible captarlas, comprenderlas y compartirlas pues antes de que ocurra el proceso cognitivo, la red de información en la que vivimos habrá refutado aquello que considerábamos ciencia. El mundo se convirtió en un vórtice de información. Por eso, pocas veces hay tiempo para la reflexión cultural que, en mayor o en menor medida, estaban acostumbrados a realizar los boomers.


Aunado a ello, los celulares inteligentes, las tabletas, laptops, y cualquier otro dispositivo electrónico con conexión a internet (lentes, televisores y quizá próximamente las paredes de las casas y los cuerpos humanos[3]) abrieron una brecha comunicativa como nunca existió. Es cierto que contribuyeron a la difusión de las ciencias y las artes y crearon, como pocos artefactos en la historia de la humanidad, un objeto de entretenimiento y educación masivo. Es innegable su influencia positiva en la vida humana. Pero también es cierto que su función primaria (crear comunidad) se tergiversó con Fake news que la gente cree o con campañas políticas dirigidas por bots que en la práctica parecen una lobotomía. En la atmósfera publicitaria de la época mercantil encontramos que todo es susceptible al mercado, incluso, y sobre todo, la información privada. Al respecto, el boomer Yuval Noah Harari sostiene que:


En el siglo XXI, sin embargo, los datos eclipsarán a la vez la tierra y la maquinaria como los bienes más importantes, y la política será una lucha para controlar el flujo de datos. Si los datos se concentran en unas pocas manos, la humanidad se dividirá en diferentes especies.


La carrera por poseer los datos ya ha empezado, encabezada por gigantes de los datos como Google, Facebook, Baidu y Tencent. Hasta ahora, muchos de estos gigantes parecen haber adoptado el modelo de negocio de los “mercaderes de la atención”. Captan nuestra atención al proporcionarnos de forma gratuita información, servicios y diversión, y después revenden nuestra atención a los anunciantes. Pero las miras de los gigantes de los datos apuntan probablemente mucho más allá que cualquier mercader de la atención que haya existido. Su verdadero negocio no es en absoluto vender anuncios. Más bien, al captar nuestra atención consiguen acumular cantidades inmensas de datos sobre nosotros, que valen más que cualquier ingreso publicitario. No somos sus clientes: somos su producto.


A medio plazo, esta acumulación de datos abre el camino para un modelo de negocio radicalmente diferente cuya primera víctima será la misma industria de publicidad. El nuevo modelo se basa en transferir la autoridad de los humanos a los algoritmos, incluida la autoridad para elegir (…) A largo plazo, al unir suficientes datos y suficiente poder de cómputo, los gigantes de los datos podrán acceder a los secretos más profundos de la vida, y después usar tal conocimiento no solo para elegir por nosotros o manipularnos, sino para remodelar la vida orgánica…” (Harari, 2018: 100).


Y mientras esto ocurre los jóvenes observan un streaming de otro joven reaccionando a otro stremaming. Tal vez miren una infografía sobre el tema y la compartan en sus muros de Facebook, pero esa será su mayor rebeldía, su mayor revolución. Y si utilizan una palabra que no coincida con los parámetros de lo permitido les suspenderán las cuenta por treinta días. Así de eficaz es la censura en nuestros días. Por eso a los dueños del aparato ideológico les conviene mantener sumisa a la primera y quizá única generación de Homo memes.


En cualquier momento y de cualquier manera se intercambian virtualmente bienes, servicios y símbolos. En las redes sociales vendemos nuestra imagen modificada con filtros, muchas veces incongruente a lo que somos en realidad. Consumimos y ofertamos representaciones, pero no la realidad. Probablemente ese sea el factor principal de esta nueva sensibilidad: esta época es efímera porque no hay nada concreto, real ni perdurable. Todo es un contrato efímero de relaciones virtuales entre personas diseminadas en los relativismos que impone el mundo actual. Es el rasgo común de estas personas atosigadas de representaciones irreales.


Los rasgos llamados culturales, los que diferencian a un sujeto con respecto a otros que pertenecen a comunidades distintas, en los últimos tiempos se han visto seriamente deteriorados; bandera, idioma, religión, gastronomía… ya no son suficientes para dar un sentido de pertenencia al grueso de las poblaciones que habitan las urbes metropolitanas. La noción de impersonalidad, de falta de identidad aqueja a muchas personas que no encuentran un lugar significativo en el grupo social que los cobija. La ideología se comparte, los valores comunes también, no obstante, en la convivencia estos distintivos culturales son endebles. La realidad contemporánea permeada por las redes sociales y el tráfico de datos interminable e ininterrumpido trocó la identidad hasta transformarla en una noción accidental e insustancial. La gente aprende otro idioma, se relaciona con otros sujetos, trabaja, chatea y compra utilizando las redes sociales sin importarle el “aislamiento” que supone esta actitud frente a los individuos que lo rodean. Por ello si vive en Monterrey o en Manchester, no importa porque ambos personajes pueden comportarse igual, hablar el mismo idioma y entablar conversaciones con intereses afines pero sin la significación que el concepto de amistad tenía para los modernos. La cultura líquida de la que hablaba Zygmunt Baumann llegó para quedarse.


En conclusión, en la época contemporánea el conocimiento viaja por el ciberespacio en un lapso nunca sospechado. Paradójicamente en la era de los procesos comunicativos masivos las relaciones interpersonales se tornan menos exitosas debido al sentimiento de vacío que permea la mayoría de mensajes que se comparten en la red. En esta época un like en Facebook legitima y al mismo tiempo desecha el conocimiento nuevo para dar paso a la siguiente información que repite el ciclo, etc. ¿Cuantas personas recuerdan lo que leyeron en Facebook la tarde de ayer? Esta condición de la comunicación tornó el comportamiento social de los seres humanos en un vórtice devorador de datos; tiene transferibilidad, pero poco dialogismo, tiene canal multilingüe, pero un discurso insignificante. El boomer subsiste en un conglomerado de mensajes efímeros y noticias falsas e incompletas de representaciones digitales que están encaminadas a la supresión formal del individuo para forjar una identidad universal que responde a las exigencias de la globalización instauradas por los grupos de poder.


 

[1] “El objetivo del Partido en este asunto no era solo evitar que hombres y mujeres establecieran vínculos que escaparan a su control…“ (Orwell, 2018, 63). [2] Ahora es común que basen su conocimiento en infografías de colores bonitos y con menos de cincuenta palabras. [3] Leer el libro 21 lecciones para el siglo XXI, de Yuval Noah Harari. Si eres Homo memes, busca una infografía.


 

Bibliografía consultada


Harari, Yuval Noah (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. México: Ed. Debate.


Orwell, George (2018). 1984. México: Grupo Editorial Tomo.


 

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