Prostitución a pie de carretera. Breve análisis espacio-corporal
El trabajo sexual[1] ha sido posicionado en desventaja con respecto a otro tipo de actividad con fines económicos, como consecuencia de consideraciones que, desde hace siglos, los imaginarios de diversas sociedades han generado y legitimado, estigmatizando así aspectos de la sexualidad, y haciendo un sobrecargo de juicios de valor sobre las múltiples retribuciones que tiene el mismo. Incluso desde la perspectiva de género se puede reconocer que el conflictuado recorrido también lo han experimentado las mujeres dentro del ámbito laboral.
Lo anterior ha sido tema de debate y conmoción por ciudadanos, académicos y asambleas gubernamentales; en México particularmente, con el creciente desarrollo del capitalismo durante el gobierno de Porfirio Díaz, comenzó el requerimiento de gestión legal para las mujeres que defendían su labor como prostitutas e insistían en que no se atentara contra él. La política liberal en boga desembocó en una estricta moralidad promovida por el Estado, al tiempo que la estratificación de clases acrecentaba las desigualdades; las mujeres con escasos recursos económicos no tuvieron demasiadas opciones, ya gobiernos anteriores habían aceptado apenas como un mal necesario la prostitución, pero las imposiciones de nuevos ideales provocaron que se las catalogara como responsables de atentar en contra del nuevo orden establecido.
Es decir, a pesar de que no hay registro exacto del origen de la prostitución, es sabido que se trata de uno de los oficios con mayor antigüedad. Generación tras generación se ha reconocido su existencia y reproducido su desacreditación; prueba de ello son las condiciones de riesgo que enfrenta aún hoy en día quien la practican en todo el país, como lo han dado a conocer en los encuentros organizados por la Red Mexicana de Trabajo Sexual anualmente desde hace ya más de 20 años, en los que comparten sus experiencias y se organizan para disminuir la discriminación y desprestigio que sufren en su cotidianidad.
La presente investigación se concentrará en el caso de las mujeres que ejercen prostitución en la zona conocida como Los Órganos, en la localidad de Huixmí, perteneciente al municipio de Pachuca de Soto en el estado de Hidalgo, cuyas características se diferencian de otro tipo de prostitución por el espacio en el que se lleva a cabo y la autogestión de las mujeres que la ejercen.
Así mismo, partiendo de los recursos presentes en toda cercanía social, que son experimentados por los individuos como herramienta a disposición de funciones sociales que satisfacen necesidades específicas, se pretende dar un seguimiento al hecho de cómo se da esta configuración en la prostitución a pie de carretera, es decir, el impacto que la precariedad de sus actividades y entorno tiene en sí mismas.
Es por estos motivos que resulta prudente describir y analizar la relación entre el cuerpo de las mujeres que ejercen la prostitución y el espacio en el que lo hacen, así como las particularidades que presentan sus actividades en comparación con otras dentro del mismo ámbito de la prostitución, ya que, por ejemplo, no es del mismo tipo que la que ejercen personas en el centro de la ciudad.
Sustento la investigación haciendo uso del método etnográfico y de un enfoque cualitativo, por medio de un diario de campo que da constancia de datos obtenidos al haber realizado trabajo de campo en el mes de febrero del año 2020. Dichos acercamientos han consistido en la observación participante de seis visitas al espacio y una entrevista con una mujer que labora ahí, lo cual, fue el punto de partida para identificar tres aspectos de vital importancia, que nos permiten comprender el funcionamiento de la prostitución a pie de carretera en la comunidad del Huixmí: la localización, la organización que caracteriza sus actividades y las memorias de quienes laboran ahí.
Ya que no se trata de la consideración aislada de estos tres aspectos, el primer apartado se abordará con los planteamientos que Abilio Vergara Figueroa en Del lugar-territorio al espacio. Geografía de los sentimientos vista desde el cancionero popular. Aporta sobre la comprensión del espacio y lo que lo compone con relación a la corporeidad sensible de las mujeres, que, en él, han experimentado por años múltiples emociones a través de las vivencias que sus actividades les proporcionan, para lo cual se recuperaran las contribuciones de Anne Huffschmid en La otra materialidad: cuerpos y memoria en la vía pública, con respecto al recorrido que hace por algunos autores de las teorías del espacio y focaliza en la corporeización de ciertos acontecimientos.
Por último, para analizar la organización presente en este tipo de prostitución en específico, se empleará el concepto de ‘economía subterránea’ de Philippe Bourgois con el fin de describir cómo es que se conformó ese grupo de mujeres y los factores que les han permitido permanecer ejerciendo sus actividades sexuales.
Los Órganos
El espacio se configura a través de la forma en que los actores se apropian de él, es decir, es definido constantemente por las significaciones-simbolizaciones que lo constituyen como un lugar (privado) o un territorio (público) según las prácticas que desempeñen ahí o en mayor escala, lo que históricamente se le atribuye por medio de los marcos interpretativos de cada sociedad y/o cultura (Vergara, 2013: 139).
Es por ello que la constitución espacial es un aspecto que no se puede dejar de lado para este análisis, pues, dialécticamente, también refleja la cotidianidad de las corporeidades que lo acostumbran, y que, como producto de su organización, dotan de características particulares, de emociones y sentimientos impregnados en él.
La zona en que laboran sexualmente las mujeres del Huixmí se encuentra a aproximadamente a 40 minutos del centro de la ciudad de Pachuca en transporte público, dicha comunidad está en la periferia. Conforme se avanza, la zona urbana es cada vez menos densa, hasta llegar al puente de ‘Los Órganos’, donde al pasar los cuatro carriles de la carretera, se extienden diversos locales entre los que se encuentran a la venta materiales para construcción, platillos de comida, bebidas por mayoreo, trabajos de soldadura y artículos de ferretería.
Justo cuando los establecimientos dejan de ser frecuentes, la vegetación árida predomina y entonces el polvo que se eleva a cada paso, unos cuantos metros antes, permanece debajo de los pastizales cuya tonalidad marrón contrasta con el verde ramaje de árboles, arbustos y nopaleras que protegen seis pequeños cuartos de no más de dos por tres metros, dispersos, elaborados con plásticos de diversas lonas o bolsas que cubren los soportes de tablas de madera o tubos sujetados con alambre en algunos casos, clavos en otros, y en el suelo, trozos de alfombras.
Al reparar en el suelo, hay visibles objetos como llantas de automóviles y tabiques que parecen ser usados como sillas o, por otro lado, basura inservible que comienza a descomponerse estancada en algún rincón; todo tiene un aspecto peculiar, desgastado, denota desolación y aislamiento.
Estar ahí te transmite la melancólica realidad de las mujeres que acostumbran y aprovechan la intemperie, perdurando al igual que la sombra de los árboles en la que se experimenta. A un costado de los troncos, los cuartos están a distancias considerables uno de otro, podría tratarse de un poco más de 20 metros máximo y los más cercanos probablemente tienen entre ellos apenas cinco metros, todos compartiendo la característica de estar tan cerca de la carretera al grado de, por momentos, sentir el predominio el sonido retumbante de los automóviles pasar.
Exterior de un cuarto para el sexoservicio, El Huixmí, Pachuca de Soto (fotografía de la autora)
Este espacio, al ser conocido por muchos de los habitantes que colindan con él, debido al tiempo que llevan las mujeres ejerciendo prostitución, podemos comprenderlo como un territorio, emosignificado por ellas, sus clientes y los miembros de zonas aledañas. Pequeños lugares fungen de refugio para no exponer sus cuerpos, ni la identidad de las personas que las visitan.
Memorias de Azucena
“…yo vengo diario, hay veces que los miércoles no, pero diario vengo; de hecho, estoy ocupándome con Mireya aquí, pero mi casita es la que está abajo (…) porque ahí dónde está ese hoyo de basurero, antes había unas cuevas, y ahí se ocupaba, aquí a una de ellas la mataron… en ese entonces solo había la carretera, nada, nada, ´tons nada más era una carretera que bajaba para Pachuca, Actopan…”
Azucena[2] (2020)
La narración compartida expone las situaciones de riesgo que viven en su cotidianidad el grupo de mujeres que ejercen prostitución en Los Órganos; pero en este fragmento de la entrevista, Azucena, de sesenta años (los cuales cuarenta reconoce haberse dedicado a esta actividad), relata que rutinariamente ha acostumbrado ir ahí en busca de obtener ingresos económicos, y a pesar de que identifica los espacios que en el pasado tenían una utilidad de la misma índole para sus compañeras, en la actualidad todas cuentan con su propio lugar al que se refiere como ‘casita’, en donde están un poco menos expuestas a correr peligro.
El acceso a estos lugares está limitado por la red de relaciones sociales que entablan, por una parte, con ciertas compañeras, a las que se lo comparten si lo requieren, y por otra a los hombres que les permiten tener relaciones sexuales con ellas a cambio de una remuneración económica. Ella dice que laborar así facilita que se cuide sola puesto que el peligro que implica estar ahí es alto e incierto.
Cuarto para el sexoservicio, El Huixmí, Pachuca de Soto (fotografía de la autora)
Las anécdotas de riesgo que relató son un claro ejemplo de la forma en que la interacción que acostumbra tener con las personas requiere de una cercanía que por muchos motivos puede generar vulnerabilidad, en primera instancia hizo énfasis en el contagio de infecciones de transmisión sexual, posteriormente en la violencia física y simbólica que ha sufrido con propósitos de difamación, asalto e incluso atentar contra su vida.
“Aquí nos han llegado hasta con pistolas, aquí nos han golpeado, nos han ratiado el dinero, cuando ese dinero es para nuestros hijos, imagínate, entonces es su trabajo bien difícil, y dicen hay pinches viejas es bien fácil, no, que se vengan a sentar aquí, y es bien difícil, (…) A Yolanda la dejaron así, pero hinchada, de sacarla arrastrando de aquí hasta su casa, no, no, no, a mi ahí mismo [señala el cuartito] un cliente también ya de años con la pistola me tenía acorralada y le dije, pues si vas a disparar dispara porque yo creo que de tantos sustos aquí, yo, yo, a mí me dio la diabetes.”
La cercanía y el contacto con otros cuerpos, familiares o no, también conllevan reciprocidad; las afectaciones se inscriben en la corporeidad de las mujeres, al grado de formar parte de su identidad, Azucena, en múltiples ocasiones resalta que estas experiencias son significadas por la inconformidad y el miedo que le producen. “Piensan que porque pagan tienen derecho a nosotras” dice; y es una clara ejemplificación del poder físico que reconocen tienen algunos individuos sobre ellas, acompañado de la idea distorsionada de la posición a la que están sometidas por del financiamiento monetario, transgreden moralmente las condiciones de la interacción.
Sin importar las valoraciones profanas compartidas culturalmente sobre la prostitución, Azucena enfatiza una reflexión que le compartieron las sexólogas con las que se atiende “nos dicen, es que su trabajo es tan honrado como cualquier otro [tono de molestia], porque todo mundo trabajamos con el cuerpo, si el que maneja es un taxista y no tiene manos, no trabaja, a nosotros nos place trabajar de esa forma, pero es tan honrado nuestro trabajo como cualquier otro, y nos dieron a valer, porque antes decían ay la prostituta, ay la prostituta, no, somos trabajadoras sexuales”.
La misma posición de sometimiento en la que se ven inmersas ante las situaciones de riesgo, es muchas veces la posición estructural que su trabajo posee para las personas, pero ella, aunque reconoce el deterioro de su corporeidad ha sufrido y las consideraciones en las que tienen, dentro de la jerarquía de sacralidad a sus actividades, no deja de sentirse orgullosa por todo lo que ha obtenido, así como destacar que nunca se ha contagiado de ninguna infección de transmisión sexual.
“yo la verdad gracias a dios siempre me he cuidado, por mis hijos, porque antes no se usaba condón, aquí nos lavábamos con nuestros propios orines y con agua, en ese tiempo traíamos el agua con clarasol, (…) nos metíamos a los árboles y ahí nos lavábamos, ahora que ya hay mejores cosas para cuidarnos”.
Desde aquí se puede pensar al cuerpo con base en la recuperación que Anne Huffschmid hace de la teoría de Henri Lefebvre, pues considera que “el primer espacio sería precisamente aquel formado por la “cambiante intersección” entre mi cuerpo y los demás cuerpos, una constelación de proximidad y distancia” (2013: 113), que se caracteriza por la percepción de la materialidad del espacio y la significación de las experiencias afectivas vividas, así como una ambivalencia entre una instancia amenazada y otra productiva (2013: 114).
Esto quiere decir que Azucena, ha aprendido a manipular la segunda instancia a su favor, empleando su corporeidad para producir espacios y sentidos, lo cual comprende e identifica en todo ámbito social y laboral. Es por ello que no tiene problema con reconocerlo, pero se dedica a protegerse para disminuir la amenaza, es consciente de los posibles atentados al emplear su cuerpo y ubicarse al margen de la urbanidad.
Conclusiones
La antigüedad de este territorio destinado a la prostitución tiene más de cincuenta años, y la construcción de los lugares que ellas nombran ‘casitas’ aproximadamente treinta, este espacio, es la sede de lo que Phillipe Bourgois (2003) define como economía subterránea, un método alternativo de generación de ingresos, ya que la invisibilidad institucional que tiene, es la misma que la de las mujeres que se organizan en él para buscar sustento económico, satisfacer sus necesidades básicas y en muchos casos también la de su familia.
La actividad económica que ejercen en Los Órganos, es resultado de la marginación social que sufre quien practica prostitución en Pachuca; los intentos de reubicar a quienes se dedican a ella en el centro de la ciudad es uno de los motivos por los que mujeres como Azucena han tenido que apropiarse de ese espacio. Incluso ha habido gubernaturas en las que el presidente al mando les ofrece préstamos de cantidades considerables para que emprendan en otra ocupación, pero la gran mayoría de ellas lo rechazan.
Han perdurado gracias a estrategias empleadas tanto grupal como individualmente, cada una de ellas conserva su distancia espacial e independencia administrativa de las demás, pero con motivos principalmente de protección y orden, se relacionan como miembros de un mismo territorio que emosignifican por igual a través de las prácticas y capacidades que acuerdan tener entre sí dentro del mismo.
“…de aquí hemos sacado mucho, bueno yo en mi persona de aquí he sacado mucho para ayudar a mi familia, para que, pues ya pasan los años, pero así de que, como les vuelvo a decir, unas trabajamos para la familia, aquí te digo, hay de todo, unas trabajan para su droga, les vale gorro sus hijos, otras trabajan para el cabrón, les vale gorro, ya cuando las dejan todas enfermas y eso es cuando dicen ahora si aprovéchenme, (…) hay de todo, aquí pues aquí, así, hacemos un equipo” Azucena (2020).
Los registros corporales que produce la actividad de estas mujeres y la forma de llevar a cabo individualmente sus prácticas y regulación, también las diferencia entre sí, produciendo desigualdades en el grupo de acuerdo con la disposición que tengan de dirigir con adecuación sus comportamientos e ingresos en base a lo socioculturalmente aceptado.
Sin embargo, las estrategias laborales son las mismas, consisten en acercarse a la orilla de carretera de manera que los automóviles logren visibilizarlas o por el contrario esperar a sus clientes en sus cuartos o caminando cerca de ellos, conscientes de lo que simboliza su cuerpo sensible a la percepción y significación de otros, invitan de esta manera a generar una metamorfosis espacial y corporal producto del contacto social, que las posiciona y caracteriza en un ámbito laboral ilícito y vulnerable.
Las trabajadoras sexuales del Huixmí son un ejemplo de resiliencia y pugna, las experiencias que han tenido en sus actividades, de las que obtienen una remuneración monetaria, las coloca dentro de la economía subterránea, por eso la necesidad de construir lugares marginales con el único fin de refugiar sus cuerpos, de proteger su identidad y su integridad, de escapar de las regulaciones públicas y sobrevivir.
[1] Auto-denominación de la mujer entrevistada en esta investigación para referirse a sus actividades. [2]Los nombres empleados son solo un referente a la entrevistada y las personas que menciona, con fines de facilitar la redacción y lectura, ya que, por cuestiones personales, prefieren mantener los reales en anonimato.
Referencias
Soto P. y Aguilar A. (2013). Cuerpos, espacios y emociones: aproximaciones desde las ciencias sociales, UAM-Iztapalapa: México.
Huffschmid A. (2013). La otra materialidad: cuerpos y memoria en la vía pública. en Soto P. y Aguilar A. (2013) “Cuerpos, espacios y emociones: aproximaciones desde las ciencias sociales”, UAM-Iztapalapa: México.
Vergara A. (2013). Del lugar-territorio al espacio. Geografía de los sentimientos vista desde el cancionero popular. En Soto P. y Aguilar A. Cuerpos, espacios y emociones: aproximaciones desde las ciencias sociales, UAM-Iztapalapa: México.
Bourgois, P. (2003). En busca de respeto: la venta de crack en Harlem, Siglo XXI Editores: México.
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