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Angélica Ahuatzin

¿Si Los cárteles no existen, quién controla sus negocios?


Con una especie de ensayo político y al mismo tiempo crítica periodística Oswaldo Zavala (Ciudad Juárez, 1975) se propone desmantelar el discurso oficialista que el gobierno federal mexicano ha creado en torno al narcotráfico. Ya desde la introducción el autor deja un resabio de lo que implica afirmar la “invención de un enemigo formidable”, es decir, una suerte de conspiración que salta de inmediato al leer el título de su libro. Pese a la connotación alarmista y morbosa de una supuesta “verdad” oculta detrás del rostro apocalíptico de la figura de un narcotraficante, se hallan cuatro capítulos que intentan sustentar lo dicho en las páginas siguientes. Para ello el autor parte de la remembranza de una escena formidable: el ex presidente Felipe Calderón y esposa presencian un perfomance en el que se exponen cómo son llevadas a cabo las capturas de narcotraficantes por parte del ejército. Desde este punto Zavala comienza a desplegar su investigación en torno a la indumentaria con la que suele asociarse la figura del arquetípico narco: “indisciplinado, vulgar, ignorante, violento” (p.10).


En sus cuatro capítulos el autor desarrollará una crítica poco afable respecto a la literatura del narcotráfico (casi exclusivamente a la “narconovela”), lo mismo que a la crónica periodística que se basa en el discurso oficialista: las cifras y toda aquella parafernalia que según Zavala no tiene un sustento real, sino simbólico y hasta cierto punto maniqueo. Así pues, el autor abre con la premisa indicativa de la historia, la creación de instituciones como la CIA en Estados Unidos y la DFS en México, para remarcar la importancia de éstas en las políticas intervencionistas como la Operación Cóndor en la década de los setenta. El autor manifiesta que los cárteles, como popularmente se les conoce, no existen salvo en la invención discursiva de agencias como la DEA, basándose primordialmente en investigaciones sociológicas como las de Luis Astorga, investigaciones periodísticas como las de Gary Webb, Federico Mastrogiovanni, Dawn Paley o estudios políticos como los de Waltrud Morales, entre muchos otros.


De esta forma Oswaldo Zavala apelará a la mitificación del narco como el responsable acérrimo de la falta de visión crítica ante el imperio que representan los cárteles y asimismo a su líder quien, aparentemente, todo lo puede. En el primer capítulo el autor aborda los argumentos que a su parecer despolitizan la narcocultura, para lo cual parte de su mitificación desde cualquier trinchera: ya sea el arte conceptual como el de Teresa Margolles, la creación plástica del artista callejero Yescka, la novela negra mexicana, las series de televisión y películas sobre el tema, hasta la crónica periodística de reporteros como Alejandro Almazán, Anabel Hernández o Diego Osorno. Esto con el propósito de dar pauta a su siguiente capítulo, donde el autor busca “identificar tres periodos históricos de las razones de Estado en torno al narco y discutir la manera en que han sido representados” (p.91). Para ello, las novelas Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda, 2666, de Roberto Bolaño y Entre perros de Alejandro Almazán, serán el sustento creativo con el que intente validar la premisa de la violencia sistémica que no es del todo a causa de los cárteles como tal. Dentro de este capítulo también se discute la recaptura del Chapo y la narrativa periodística que arroja una falta de verosimilitud ante las reproducciones que mitifican su poderío frente a las instituciones gubernamentales.


En el capítulo “Cuatro escritores contra el narco” el periodista revaloriza la narrativa de autores como César López Cuadras, Daniel Sada, Roberto Bolaño y Juan Villoro, con el fin de apuntar a la importancia fehaciente de su ingenio narrativo para repolitizar la narconovela, ¿cómo? Aplaudiendo las ficciones que vetan la palabra narco(tráfico) y con ello su mitología; pues para el juarense éstos representan un pequeñísimo porcentaje de autores que tratan el tema desde la violencia impuesta y sustentada por el Estado. Consecuentemente, en su capítulo final se abordan las investigaciones de Charles Bowden y Julián Cardona para develar otros de los “mitos” de la literatura sobre Ciudad Juárez, tales como el feminicidio a causa del machismo o la misma invención de los cárteles que aparentemente lideraban la ciudad durante los años de la furia. En este punto el autor retoma la línea histórica de la que parte: los intereses geopolíticos de Estados Unidos sobre México.


Para concluir su investigación periodística en el epílogo el autor se permite un último esbozo crítico del contexto en el que se desenvuelve cronológicamente la “nueva guerra de cárteles” y desplegando una mirada sagaz sobre lo poco lozana que resulta su invención, no sin antes advertir que las incoherencias del discurso que lo sustentan harán que éste caiga tarde o temprano. Sin duda este libro dejará al lector con un sabor de boca amargo y sediento de producciones que sí reflejen la “verdad”. Las preguntas serán entonces ¿cuál es la realidad si a final de cuentas lo que permea el imaginario colectivo deviene de lo que el pueblo recrea en ficciones?, ¿obligaremos a los autores a reproducir verdades que quizá ni ellos mismos conozcan?, ¿o será que a partir de ahora a toda ficción se le impondrá un sustento periodístico antes que literario o cinematográfico? Y finalmente, ¿si los cárteles no existen, quién(es) controla(n) sus negocios?



Oswaldo Zavala. Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México, Malpaso, México, 2018, 252 pp.


 

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